viernes, 27 de febrero de 2009

El chat, de Juan José Millás

Pintura mural de Ricardo Carpani

Dentro de miles de años, cuando los antropólogos descubran nuestros restos, llegarán a la conclusión de que entre el homo digital y el analógico hubo intercambio cultural y genético, como se sospecha ahora que sucedió entre el Neanderthal y el sapiens. Y no se equivocarán. Hay, de hecho, mujeres digitales que se enamoran de hombres analógicos y hombres analógicos que hacen sus compras semanales en establecimientos digitales. Parece mentira que entre dos dimensiones de la realidad tan alejadas entre sí se produzca este ir y venir de semen o de productos gastronómicos.
Personalmente, aunque soy analógico, no es raro que por las noches me deslice como una sombra hasta mi estudio para abrir sigilosamente el ordenador y hacer incursiones en el territorio de los seres digitales. Me gusta ver sus campamentos, apreciar el fuego de sus hogueras, escuchar los cantos de sus mujeres y sus niños. Según los expertos, si a un Neanderthal le pusiéramos corbata y le soltáramos en la Quinta Avenida de Nueva York, pasaría por un Homo sapiens (de la variedad analógica, suponemos). Sin embargo, yo he intentado varias veces disfrazarme de digital al entrar en Internet, pero me descubren en seguida, creo, sobre todo, por mis particularidades sintácticas y ortográficas. Una vez conocí a una mujer virtual a la que, pese a mi procedencia analógica, no le disgustaba, y cuando intenté concertar con ella una cita fuera de la Red, en Cáceres o en Roma, no puse condiciones, me dijo que no, que los analógicos matábamos mucho en esa clase de encuentros contra natura. Y me recordó dos o tres casos que la verdad es que le ponían a uno los pelos de punta. Ahora he encontrado un chat donde caigo bien porque les gusta oír historias de mi matrimonio analógico y de mi reloj de esfera y de una máquina de escribir con la que construyo poemas geométricos. Luego, al amanecer, vuelvo a la cama y pienso que aunque la existencia virtual es la única llamada a sobrevivir, quizá los antropólogos del futuro sean capaces de reconocer que los hombres y mujeres reales mantuvimos, como el Neanderthal frente al sapiens, una postura de perplejidad que, aunque analógica, también dolía.

Hay más cuentos de Juan José Millás aquí

1 comentario:

Mariela Torres dijo...

Me encanta Millás, leí un solo libro "El desorden de tu nombre" y me pareció fabuloso.

Besos.

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