miércoles, 10 de junio de 2015

Reestructurándome

Fotografìa Metin Demiralay
Fue la voz. No diciendo lo que dice, estuvo demasiado cerca de lo cierto. Aparecida voz, donde indiferencia, deseo y alegria espantan por igual, tú me has dicho por fin donde debemos detenernos. Es el nombre claudicando. Nada es igual en mi donde te nombro. Es nada esa flauta que fue música y reloj, con cuatro agujeros que se achican progresivamente; antes pródiga oquedad por donde los misterios alertaban el silencio y las palabras proclamaban los designios de la embestida mañana, de la lengua en un rato, de la humedad ayer. Una lámina de plástico envolviendo las vísceras y algo reseco allí, en la clavija que se aprieta hasta que termina el amor. Las postales repetidas. Nada hay donde nada tiembla, y menos entre las yemas de los dedos o en las piernas; sólo letargo de retozos y de mímicas. Un huracán contenido en la botella donde el genio se durmió. Tac tac tac tac, tac, las voces cablegráficas repiten y repiten y repiten. Contar novecientos días con fe y al resto mirarlo de lejos, achicando las alas hasta el mortal aburrimiento. Acostumbrarse a amar sin hambre, a amar sin luz, a saciar la sed mínima con restos de jugo de lagartos, a no desesperar lo que tal vez ya no se espera. Quedarse sin poema.

Martha Rivera-Garrido

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