Despertó cuando el sol comenzaba a expulsar el frío del desierto. Por debajo de la manta masajeó sus piernas flacas, sus rodillas que gimieron al doblarse para que el hombre se levantara. En la arena quedó el hueco de su cuerpo. El niño aún dormía. Se inclinó para despertarlo, tomándose dolorosamente de la cintura. ¿Ya hay que seguir, abuelo? El viejo no contestó, la mirada perdida el ese paisaje siempre igual, atemorizante. Sacó de su bolsa una manzana, sus dedos fuertes y nudosos la partieron en dos, y los peregrinos tomaron un sorbo de agua y desayunaron. Luego, apoyado en su báculo comenzó a caminar, el calor del desierto se sentía en las plantas de los pies a través de las viejas sandalias. El niño lo seguía, una manito tomada de su raída capa. ¿Falta mucho, abuelo? El hombre murmuró algo incomprensible mientras intentaba apurar la marcha. El nieto quería saber. ¿Los otros habrán llegado ya? El viejo se paró, bajó la vista y miró largamente al pequeño. Tomó la carita en sus manos para convencerlo, mirándolo a los ojos. Sí, seguramente ya están en la tierra prometida, esperándonos. Nos perdimos en esa tormenta de arena, pero reencontramos el camino. Un poco más, un esfuerzo más, y estaremos todos juntos. El niño sonrió a la sonrisa que cubría de arrugas el rostro del anciano.
Se miraron unos segundos aún, y el hombre irguió su enjuta figura, se apoyó en el báculo y volvió a marchar, sus labios murmurando continuamente una plegaria, con esa dolorosa duda en el alma.
Jorge A. Geller / Paraná / Argentina
La niña de la cornisa
Hace 7 años
2 comentarios:
Este relato es tan conmovedor! De cierta forma en mas o en menos, todos alguna vez peregrinamos a tientas en la vida, buscando esa "tierra prometida" sin saber a ciencia cierta ni dónde queda ni dónde estamos.
Pero marchamos.
Me conmueve mas leerlo por la persona qe lo escribió.
Gracias papá!
Este relato me llevó a lugares inconcientes, evocaciones, reminiscencias de vaya saber qué vidas. Me trajo colores, paisajes, túnicas, cielos.
Gracias !
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