Fotografía de Kathleen Connally |
Pienso en el átomo, la partícula elemental apretadamente contenida cuya división causaría catástrofes. ¿Cuántos átomos habrán entre mis recuerdos y yo? ¿Qué apretada sucesión de vidas está enroscada en mis células y desaparecerá cuando caiga el despojo sobre mi cabeza? Miro el trazo descartable de la historia que me ha tocado hacer, el rompecabezas esquivo de la infancia con su sabor a dulce antiguo. Las milflores en el jardín, la fuente, los traslados, las camas de hierro, mi madre cortando mosaicos, yendo a clases a Bellas Artes, mi padre en su coche pulido, las monjas de la Asunción en el patio donde el árbol de pan acogía nuestros recreos y entraba por la ventana hasta el balcón donde Mercedes contó la historia de le peineta y el reloj y me hizo soñar colgada de sus palabras y comprender el misterio de los cuentos. Los amantes: aquel que amé descuidada y atrevida en la clandestinidad de una ciudad chismosa que envidiaba nuestras luces, el que me escribió poemas en la espalda y me enseñó la geografía del alhelí; el cruel que uno a uno arrancó los pistilos de mis pensamientos para confundirme con sus humores de minotauro sacado por mí del laberinto para martirizar a muchachas danzarinas creyentes de las bondades de su corazón. Contemplo la mujer llena de volcanes, la que lleva lagos en los ojos y cuya historia a diario me ronda como una obsesión que no cede, país anfibio monstruo telúrico, hermafrodita erizo, puercoespín que me clava sus dientes en las espinas o me arrulla con sus ventiscas en eneros y febreros desérticos. Los hijos que parí desde el vientre o el corazón. Mis muchachas y muchachos soportándome las ilusiones, los sueños desmedidos, la insistencia de vivir mi vida sin concederles la gracia de resignarme y ser simplemente la madre que habrían merecido. Mi vida errante entre el deseo y la obligación, el destierro del amor que me lleva y me trae en sus huracanes de nostalgia poblados de rostros vistos o por ver hablando lenguajes tersos y lejanos o palabras que me devuelven la miel como colibríes veloces que rápidos restauran con sus largos picos mi identidad perdida para que el tiempo que no he sido me vuelva a reencontrar. ¿Cuántos malinches en flor, cerezos y corteses se apagarán en mis ojos cuando la luz huya de mí y yo quede como una referencia en las fotos mustias de mis descendientes? ¿Quién dará cuenta de mi fuego? Sólo aquí permaneceré. Escuchame lector, imáginame. A tus ojos y tu fantasía confío mi eternidad por los siglos de los siglos. Amén.
Gioconda Belli
Poeta y novelista nacida en Managua el 9 de diciembre de 1948)
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