Es fácil engañar a la ausencia y es más fácil aún dejarnos engañar por ella. Hasta que nos muerde. Sólo hasta que nos muerde la carne más secreta. Hasta que nos hinca los colmillos afilados y sangramos su absoluto de ser nada. Ni tacto, ni olor, ni sabor, ni mirada. Hasta que contemplamos la herida que no cierra en un retrato que quiere parecerse a lo que fuimos. La mordida de la ausencia es el olvido. Uno que duele más que ella y que todas las presencias dolorosas.
Martha Rivera Garrido
domingo, 21 de junio de 2015
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